Venganza de niño, justicia divina
El niño abrió la puerta
del closet con todo el sigilo del que era capaz, aquel que sólo logra quién
sabe que lo que está haciendo está más allá de lo permisible, pero a quién ya
no le importan las consecuencias. Sabe que no habrá perdón ni justificación válida,
pero si tan sólo logra una pizca de venganza, entonces habrá valido la pena.
Con mucho cuidado
recorrió unos trajes de su padre, el leve chirrido que produjo el gancho de
aluminio contra el tubo le heló la sangre. Aguardó unos momentos vigilando la
puerta del cuarto de sus padres. No venía nadie. Centró su atención de nuevo en
el closet - Ahí, al fondo estaba su meta bajo un par de botas vaqueras. La vieja
caja de zapatos bien hubiera podido ser un cofre de tesoro ya que para él contenía
El Instrumento de su Justicia. Se metió de rodillas al closet, quitó el par de
botas y arrastró la caja hacia su persona.
Tomo la tapa de la caja
con ambas manos y con absoluta reverencia la retiró, después removió el viejo paño
grasiento que pretendía esconder su tesoro. Contempló la pistola por unos
segundos antes de tomarla. Por un instante dudó en llevar a cabo su plan y fue entonces
cuando calló en cuenta de que estaba firmemente investido en su venganza. La
sonrisa que nació en su boca no llegó a tocar la severidad de su mirada. No se
iba a dignar en poner el closet de nuevo en orden ya que una vez ejecutada la
venganza el desorden en el cuarto de sus padres iba a carecer de importancia
por completo. Sin embargo, tenía que cargar la pistola y no creyó conveniente
que lo sorprendieran por el desorden del closet, apenas y acomodó las cosas
para que cerrara la puerta del closet salió corriendo de puntitas de la habitación.
Se encerró son seguro
para poder cargar la pistola con la calma necesaria y sin mucha prisa.
Aprovechó el momento para recordar cada una de las veces que su hermana le
había traicionado, las veces que lo habían regañado y castigado nada más a él
cuando la culpa había sido de ambos; o las ocasiones en que ella se escudó de
su reputación de niña buena y lo arrojó a él al matadero. Pues bien, en esta
ocasión - pensó - toda la culpa sí iba a ser de él y al diablo con lo demás.
Con manos sudorosas y
pistola cargada, abrió la puerta del baño y pegado a la pared se dirigió sin
hacer un ruido al cuarto de su hermana. Asomó la cabeza a penas para echar un
vistazo y observó que su hermana estaba jugando con la casa de muñecas, dando
la espalda a la puerta de la habitación. Con el corazón latiéndole a mil por
hora tomó una bocanada de aire y contuvo la respiración, y entró a la recámara
con pasos lentos. Tan fuerte era el latir de su corazón que por un momento
temió que fueran a alertar su presencia, así que nada más se acercó lo
suficiente para asegurarse de no fallar el disparo.
Cuando llegó a la
distancia justa se detuvo, plantó ambos pies firmemente en el suelo, tomó la
pistola con ambas manos para reducir el temblor que la emoción le ocasionaba,
dispuso el dedo sobre el gatillo, soltó el aire contenido en sus pulmones en
silencioso suspiro de anticipación de alivio y jaló del gatillo.
En la sala, la mamá
disfrutaba del inusual silencio que reinaba en la casa aquella tarde. Sin
dedicarle un segundo a la razón de aquel silenció, se encontraba recostada en el
sillón reclinable leyendo una novela romántica cuando el silenció terminó
abruptamente por un estruendoso: “¡¿Mamáaaaaaaaaaaa!? ¡mi hermano ya encontró su
pistola de agua!”
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