miércoles, 3 de septiembre de 2008

Odio el arroz

Odio el arroz. Antes podía desayunar, comer y cenar arroz. Lo comía de cualquier forma que estuviera preparado y era una persona feliz. Esa es una de las cosas que ha cambiado con mi suerte, ya no como más arroz y soy miserable. He visitado curas, chamanes, yoghis y brujos, ninguno puede aliviarme de mi buena suerte.

Era un citadino cualquiera. Tenía un trabajo que cumplía con las tres “C’s” del liderazgo que tanto estaba de moda: Común, Corriente y Castrante. Salía a las diez de la noche todos los días, agotado y hambriento, para refugiarme en mi hogar. Un minúsculo departamento de tres por dos metros que compartía con un centenar de cucarachas que tenían un refinado gusto por la comida orgánica. Por supuesto había intentado deshacerme de ellas, en el año que viví en ese departamento emplee más químicos de los que ha visto el ejército gringo. El resultado fueron dos visitas al hospital y una colonia de cucarachas que ingería DDT como Martinis.

Cruzaba la campante crisis existencial de la veintena de años, cuando cuelgas los ideales en el tendedero de la azotea porque van a ser más útiles a las palomas que anidan allí. Desafortunadamente una paloma mensajera decidió llevarme uno de esos inútiles ideales a mi trabajo justo cuando tenía una discusión con mi supervisora. Al menos ese día salí de trabajar a las seis y media de la noche. Llegué a mi hogar y mientras sacudía cucarachas del sillón pedí un arroz frito a domicilio a un restaurante de comida china.


Cuarenta y cinco minutos más tarde escuché un grito de sorpresa, el timbre tenía un corto. Le dí al repartidor de comida el resto de mi patrimonio y me tiré en el sillón de la sala a comer arroz. Por alguna extraña razón, la comida china era el único tipo de alimento que las cucarachas se rehusaban a comer. Tomando en cuenta que los chinos le ponen plomo a los juguetes para niños, y un químico empleado en la manufactura de anticongelante en la pasta de dientes, creo que las cucarachas son más sabias de lo que parece.


Terminé mi arroz y al juntar la basura encontré la típica galleta de la suerte. La partí a la mitad y extraje el pequeño papel que augura el destino. La leyenda era de lo más choteado: “La vuena suerte esta a la vuelta de la esquina y va en su encuentro” con faltas de ortografía y toda la cosa, mientras que del otro lado simplemente decía “Good luck is coming your way”. Con una risa burlona tiré el papel a la basura y dejé los restos de galleta en el suelo. A lo mejor una cucaracha distraída y hambrienta comía un poco y moría. Me fui a dormir, pensando en que no tenía trabajo, ni dinero y que seguramente para ese momento, gracias a mi supervisora, era considerado persona non grata por los call centers de la ciudad.


Desperté a la una de la tarde, camino a la cocina encontré un pequeño papelito pegado a la puerta del depa. Haciendo bizcos logré distinguir unas letras apenas legibles y angulosas, el papelito decía: “Gracias por todas tus atenciones, no quisimos prolongar nuestra estadía para no molestarte. Saludos, las cucarachas. P.D. Nos tomamos la libertad de llevarnos el jamón del refrigerador, ya estaba podrido y necesitamos alimento para el viaje.” Voltee a mi rededor y atónito comprobé que no había ninguna cucaracha a la vista, sino que habían limpiado mi cuchitril antes de irse. Durante una hora busqué a los insectos en cada rincón del departamento sin éxito alguno.


Y así fueron sucediendo mis días. Cada día me sucedía algo que cumplía con la característica de ser en extremo bueno e improbable. Una cosa más descabellada que la anterior, cada día mejor que el pasado. Durante un año me consideré la persona más afortunada de éste mundo, obtuve por suerte todo aquello que un hombre pudiera desear. Del segundo al cuarto año no recuerdo gran cosa, viví rodeado de excesos y complacencias. Y a cada día crecía dentro de mí un hueco, cada cosa buena que me sucedía me robaba más un pedazo de mi ser.


Fue hasta el quinto año que descubrí que era ese pozo profundo en mi alma. Yo era miserable, era un vil producto de la coincidencia. Añoré a mi supervisora de aquel trabajo de mala muerte y al nido de cucarachas en el que vivía. Seguro que esa insignificante colonia de cucarachas era más feliz que yo. Después de todo, los territorios que ocupaban, ellas lo habían conquistado, mientras que a mí las cosas me sucedían. Me encontraba perdido en la ausencia de un mérito propio.


Y así fue como comencé a buscar cualquier remedio, encantamiento, ritual o exorcismo que pudiese llegar a terminar con mi buena suerte. Y ahora diez años después, visito cuanto restaurante de comida china existe y solicito me den cuantas galletas de la suerte tienen. Aquella que me augura mala suerte aun me elude, pero tengo fe de encontrarla algún día y cuando llegue, la disfrutaré con un buen platón de arroz.

5 comentarios:

Alexia Lefebvre dijo...

¡Me encantó! Creo que ha sido de los mejores cuentos tuyos que he leído. Suena muy natural, fluído, y además lleno de humor. Además me hizo resonancia con otro cuento que acabo de leer: http://www.piedepagina.com/redux/15/06/2008/acido-borico/
Te amo con todo mi ser...

Shamila dijo...

Jaja!
Una muy vuena historia, hasta se me antojo un Sushi en mi caso de preferencia sin cucas acompañantes!!!!
Besos
Moguel

Bianca Monroy dijo...

Me encantó el cuento. Ha estado revoloteando en mi cabeza durante días, después de prepar un arroz el cuál comí con un delicioso excepticismo. Nunca he confiado en las galletas de la suerte y ahora creo que dejaré mi destino a oscuras. :)

Viva la imperfección.

Abrazo a los 3.

Biank

Vianny Solano dijo...

Primera vez que veo el blog. Me trajo aquí VEDRILS BOOK OF ARCANA. Me encantó todo lo que ví. Es sin lugar a dudas un talento caído del cielo que pocos tienen el privilegio de poseer.

Adelante! Buen trabajo!
Vianny Solano

Nel dijo...

Me gusto muchisimo el cuento, llegue a tu pagina buscando un restaurant chino que se llama Mi arroz y no pude parar de leer tu cuento, soy cineasta y tengo que admitir que me hice la historia completa en la cabeza... jejeje realmente escribes muy bien...
Un abrazo.
Nelson G Schmunk.